19 de diciembre de 2012

Anoche fui a comer con dos amigos y el señor de la caja hizo mal la adición: nos cobró unos treinta o cuarenta pesos menos de lo que habíamos consumido. Creo que los tres notamos algo raro al ver la cuenta pero recién hablamos de eso después de salir del local y caminar media cuadra. Ahí nos paramos para charlar al respecto: alguno con cargo de conciencia decía que volviéramos y pagáramos lo correcto; otro decía que no daba, que ya fue, que en definitiva nosotros éramos trabajadores y el restaurante era una empresa, que no le iba a pasar nada por cobrar una cerveza o unos pesos menos. Entonces un policía que había estado comiendo un pastel de papa en la mesa de al lado salió del bar y nos gritó imperativo: “ey, flaco, vení”. Hubo un segundo de nerviosismo hasta que agregó con tono más amable: “te olvidaste el bolsito”. Uno de los tres se había dejado un bolso sobre una silla y fue apurado a buscarlo. Más tarde soñé esto: yo estaba en el bar y cuando recibíamos la cuenta aparecía otro comensal, un flaco que en la realidad vi una sola vez en mi vida, en una fiesta de casamiento, pero que en la ficción del sueño era un ex amigo que ahora me odiaba por algún motivo indefinido, y le decía al mozo que mi intención era irme sin pagar y después me metía una mano en los bolsillos y empezaba a sacar billetes arrugados que iba alisando y desparramando sobre la mesa, como en las requisas policiales a los ladrones o narcotraficantes. Después aparecía el policía que estaba comiendo el pastel de papas y con el mismo tono con que había gritado desde la esquina me decía “ey, flaco”, y trataba de asfixiarme metiéndome la cabeza dentro del bolso que había quedado olvidado sobre el respaldo de una silla.

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