31 de diciembre de 2006

¡Que año, Chuchu!


Hace justo un año, a la mañana del 31 de diciembre de 2005, me enteré de que Melina estaba embarazada. Lo que en ese momento nos pareció que no podía ser real, se fue confirmando y reconfirmando con los evatest de los primeros días de enero. Desde aquella fecha hasta hoy, lo que tenía el tamaño de una cabeza de alfiler no paró de crecer, dentro y fuera de la panza, hasta convertirse en una persona de más de siete kilos y sesenta centímetros, un bebé que ya nos reconoce y nos mira a los ojos, se esfuerza para reírse y balbucea en su extraña lengua palabras inventadas.

En el medio (además de varias cosas que no viene al caso publicar en el blog) cumplí treinta años y fui haciéndome a la idea de que algún día voy a ser viejo; hice nuevos amigos y conocidos y afiancé vínculos anteriores; publiqué un libro, generé lectores y pude seguir leyendo y escribiendo; trabajé para parar la olla en mi casa y dormí pocas horas por día; aprendí a ser padre, a ceder espacios y a no pensar sólo en mí; aprendí a cambiar pañales y a hacer la mamadera, a sentir una forma nueva e indescriptible de emoción, y a no hacerme mala sangre por cosas que en realidad no tienen importancia.


Feliz año nuevo para todos.

28 de diciembre de 2006

21 de diciembre de 2006

El lector

A la salida del trabajo, Melina ve pasar dos 93 (uno porque va demasiado lleno, el otro porque sigue de largo) y tras subir al tercero, mientras saca el boleto de la máquina, piensa que me debería llamar para informarme sobre algo increíble.

–Te llamo para contarte algo que no vas a poder creer –me dice un rato después, por encima del ruido ambiente y de la fritura del celular.

–A ver, decime.

–En el colectivo, en el asiento de adelante, viaja un pibe leyendo . . . Los estantes vacíos . . .

–Nooo –le digo yo, tras un par de segundos de silencio, sintiendo que es mucho más probable ganar la lotería que encontrar, en una ciudad de once millones de transeúntes, a alguno de los lectores de mi libro.

–En serio, no te voy a mentir. . .


Después de cortar y de marcar su número –para que no se le agote el crédito del celular–, le pido a Melina que le pase el teléfono al pibe.

–Estás loco, cómo voy a hacer eso . . .

–Dale, está buenísimo . . . Sabés lo que debe ser ir en un bondi lleno concentrado en un libro y que de pronto, como de la nada, se te aparezca la voz del autor . . .

–Pero estás loco. ¿Qué vas a hacer . . . le vas a corregir la página que está leyendo, se la vas a recitar de memoria?

–Dale, pasámelo . . .

–Pero va a pensar que es una joda, o un truco para robarle . . .

–Nada que ver . . . se va a volver loco. Podría ser parte de un cuento, dos personajes que se conocen así . . .

–Bueno, perá . . . Ahora está levantando la mirada del libro y preguntando dónde queda Plaza Francia . . . Me parece que es extranjero . . .

–Bueno, pasámelo antes de que se baje . . .

19 de diciembre de 2006

Work in progress

(…)

Haciendo rebotar contra la pared
las ondas del control remoto
el encargado del bar sintoniza
el canal que yo pongo en mi casa
para enterarme del clima.
Son las ocho de la mañana,
hay diecisiete grados
y cuarenta por ciento de humedad.
Aunque el volumen está bajo
no me cuesta darme cuenta
de que la mayoría de los titulares
que pasan por la pantalla
coinciden con los del diario
que estuve leyendo
mientras tomaba un café.

En la mesa a mis espaldas
se sientan dos chicas
que no dejan de hablar.
Por lo que dicen y sus voces
calculo que juntas no suman
más de cincuenta años
que una de ellas es bastante
más linda que la otra
y que están despiertas
desde la noche anterior.
Podría darme vuelta para
confirmar esas impresiones
pero tal vez para seguir
ejercitando la imaginación
o para no decepcionarme
decido hacer el esfuerzo
de seguir pensándolas así.

En otra mesa hay un hombre
que mientras habla de números
por su teléfono celular
tipea a toda velocidad
en una computadora portátil
como si estuviera haciendo
una versión taquigráfica
de su propia conversación.
Debe tener mi edad
pero el saco, la corbata
el peinado a la gomina
y la forma de hablar
lo hacen parecer
varios años mayor.

(…)

13 de diciembre de 2006

12 de diciembre de 2006

La ficha censurada

(No publicado en el número de diciembre de la revista Maxim)

Por Federico Levín


IGNACIO MOLINA

¿Quién es?
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (2006). Administra el blog unidadfuncional.blogspot.com

Es bahiense y tiene treinta, ¿lo conoce a Ginóbili?
Por supuesto. Hasta jugó un partido contra él. Pero eso no viene al caso.

¿Salieron un par de reseñas de su libro, este año?
Por todos lados. Sorpresivamente Los estantes vacíos, un libro de cuentos de un autor hasta entonces inédito, tuvo una presencia llamativa en diarios, revistas e Internet en general.

¿Cómo escribe?
Tanto en el libro como en su blog (en el caso de Molina el blog es un pilar de su escritura) se ve su estilo personal, reconocible: una mirada profunda sobre la realidad, una atención casi enfermiza a los detalles y una ternura extrañada ante las cosas del humano. Para todo esto, le queda muy bien el formato del texto breve. Así lo piensa él: “No soy un militante acérrimo a favor del género, pero creo que un buen cuento contiene una tensión narrativa difícil de alcanzar en una novela. De todas maneras, muchos de mis relatos no obedecen a la estructura del cuento tradicional, son más bien como novelas en miniatura, o novelas llevadas a su mínima expresión”.

Tiene un ritmo cansino, en el que parece que no va a pasar nada, pero se siente que algo esconde. Las tramas son sutiles y no tienen golpes de efecto; no intenta llamarte la atención de entrada ni agarrarte para que no te vayas, lo que hace que algunos crean que a los personajes de Molina 'nunca les pasa nada'. Error. Molina pinta amablemente unos cuadros, un poco intrigantes, un poco cómicos, y te pide que te quedes si tenés ganas. A los personajes les pasan muchas cosas, pero él no va a andar diciéndolo a la vista de todos.

¿Y los cuentos del libro?
Los cuentos de Los estantes vacíos suceden Buenos Aires. Los personajes se mueven por la ciudad, se pierden, se buscan, se cruzan entre ellos y siguen sin conocerse, como si la misma Buenos Aires los moviera con sus manitos transparentes. Son casi todos jóvenes, todos son captados realizando pequeñas acciones, nunca nada trascendente: parecen poco importantes hasta para ellos mismos, y siempre un poco incómodos, como vestidos con trajes demasiado apretados. Una sensación que a cualquiera podría sonarle conocida.
Eso es lo impresionante del libro debut de Molina: cómo de a poco, mientras uno lee sintiendo pena por esos personajes, ellos se van haciendo cada vez menos visibles, menos importantes, y más parecidos al lector.

Para leer escuchando: Flopa Manza Minimal
Y bebiendo: Gin Tonic

11 de diciembre de 2006

8 de diciembre de 2006

Ayer y hoy

Uno de los puntos altos del evento de anoche se dio cuando a alguien, que intentaba tomar la palabra, le dijeron "pasale el micrófono a Molina ".
Al escuchar eso el pibe me señaló, como preguntándole a los demás si estaban hablando de mí, y, después de mirarme largos segundos con un gesto de incredulidad, dijo muy serio:

–Le faltan unos dieciséis liftings, para ser Dolina.

*

Hoy estaré acá:

5 de diciembre de 2006

Conclusiones post-lectura

De un mail de Pepe Trueno:


Molina:

Algunas conclusiones después de leer Los estantes vacíos:

1. Los amigos de Molina no tienen sobrenombre. Son "Fabián" o "Esteban" o "Santiago". Y listo.

2. Molina vive en un departamento, probablemente en planta baja.

3. A Molina le copa establecer asociaciones conceptuales agudas y particulares, aunque arbitrarias y sin objeto.

4. A Molina le copó mal "Amores perros".

5. Molina tiene varios amigos separados y algunos separados y con hijos.

6. Molina posee una mente lúcida y alerta que permanentemente genera contenidos ingeniosos y originales sin ningún tipo de aplicación práctica.

7. Molina viaja, principalmente, en bondi. A veces en taxi y, por ahí (si va a provincia), en tren.

8. Entre los veinte y treinta años Molina dedicó mucho tiempo a:
- buscar trabajo
- buscar departamento

9. A diferencia de tipos como Henry Ford, los contenidos que se generan en lamente de Molina están destinados a terminar allí (o en un cuento, que es más o menos lo mismo).

10. El edificio en el que vive Molina tiene pozo de aire y luz. Le copa bastante escuchar los ruidos y conversaciones que llegan.

11. Ergo, Molina nunca va a ser rico.

4 de diciembre de 2006

Domingo

En la pileta del edificio, un matrimonio, nuevo en el consorcio, toma mate haciendo mucho ruido y tratándose de "mami" y de "papi". Tienen alrededor de cuarenta años cada uno y un hijo de cinco o seis. El nene juega a tirar bombitas de agua contra las lajas del suelo, hasta que otro propietario le informa a su madre que no puede tirar más porque se va a tapar el filtro de la pileta. Amparándose en el pago de expensas la mujer esboza una protesta, pero su marido la frena diciéndole que no vale la pena:

–Dejá, mami, no te gastés –le dice–, no te das cuenta que son ortivas, que son amargos . . . No dejan a los chicos disfrutar . . .

Yo salgo de la pileta chorreando agua, controlo que el bebé esté cubierto de sombras y me tiro al sol a seguir la discusión. Cerca del mediodía, cuando las demás familias se van, me siento a hojear el diario en la reposera. La pileta, me digo –como si estuviera analizando una noticia o una columna de opinión–, siempre es fuente de conflictos entre aquellos que, de una u otra manera, creen que les pertenece con exclusividad. Familias de clase media (profesionales, pequeños empresarios, comerciantes o empleados con sueldos bastante más altos que el mío) que hacen uso arbitrario de, en algunos casos, o cuidan con extremo celo, en otros, ese lujo clorizado y enlajado que, deben suponer muchos, les otorga algo más que alivio pasajero ante el calor de la ciudad.

A la noche me empiezan a arder los hombros. Sólo al sacarme la remera me doy cuenta de que tengo el pecho rojo. Por la televisión pasan las últimas imágenes del concierto de una orquesta sinfónica en el Monumento a los Españoles. Por la ventana puedo ver los fuegos artificiales en la pantalla reflejada por el vidrio, y, en simultáneo, esos mismos fuegos coloreando el horizonte.