27 de abril de 2006

Un señor

Puedo mirar las ecografías, el placar donde se acopian pañales, la ropita y el moisés que ya me regalaron, pero hasta no ver la panza de Melina no caigo en la cuenta de que voy a ser padre. Sólo al tocar esa superficie cada vez más grande, todo deja de parecerme mentira y pasa a transformarse en irreal. No soy yo, me digo por momentos; es otro el que en agosto va a tener un hijo y va a cumplir treinta años, el que además va a publicar libros que ni sé cómo hizo para escribir, y el que debe cumplir cada día, aunque sin traje y corbata, con su rutina laboral.

Hoy llamé a la casa de una compañera del trabajo y me atendió su hija de cinco o seis años. Me preguntó quién era, y enseguida, alejada del tubo, la escuché gritar "mami, es un señor".
–Ja, un señor me dice la nena –le dije a la mamá cuando llegó al teléfono.
–Y obvio, si sos un señor, cómo querés que te diga –me respondió ella muy seria.
Yo qué sé, si te parece, estuve a punto de decirle, pero empecé a hablarle de cuestiones de trabajo sin voz de señor.

25 de abril de 2006

21 de abril de 2006

Tren

Esta mañana salí de mi casa para ir a tomar el tren, pero, supongo que demasiado sumergido en algún pensamiento, al llegar a la altura de la estación seguí de largo unos cincuenta metros, me metí en la boca del subte y caminé hasta la ventanilla.

-Uno de ochenta –dije, y recién cuando noté que el vendedor de boletos me miraba desconcertado salí de mi distracción.
-Perdón –le dije con la mano, y con la cabeza gacha y un poco de vergüenza volví sobre mis pasos.

*

Todo pasó en menos de quince segundos:

Una mujer subió al tren con un cochecito de bebé y una nena de primaria con mochila rosa y guardapolvo. La mujer, muy apurada, enseguida se cambió de vagón, y su hija mayor, que había empezado a caminar hacia el otro lado, giró la cabeza y se dio cuenta de que estaba sola. Repitiendo “mamá” y mirando hacia todas las direcciones, la nena salió al andén y se quedó ahí parada, quietita y llorando. Y entonces yo, que había seguido los movimientos de su madre, alcancé a decirle que se calmara y a arrastrarla de un brazo hacia el interior del tren antes de que se cerraran las puertas. Su mochila con rueditas quedó del otro lado, pero, hábil de reflejos, un diariero que había visto toda la escena se la alcanzó a otro tipo por una de las ventanillas abiertas.

Aunque mi intención no había sido la de ser protagonista, no pude evitar que la mayoría de las miradas se centrase en mí, y hasta el guarda, que venía caminando por el pasillo, se acercó a hablarme con el mismo tono con el que pedía boletos.
-Te das cuenta, cualquiera puede ser madre, flaco –teorizó, y con un gesto que supuse cómplice me preguntó retóricamente: -¿Dónde estaba la boluda? ¿Rascándose la argolla?

20 de abril de 2006

El memorioso

Funes, el personaje encarnado por el porteño Lucas Oliveira -hasta ayer creí que era oriundo de Tucumán- ya me caía simpático. Pero después de que me linkeara en su blog como El basquetbolista de la palabra, y, sobre todo, luego de leer y de asistir a la presentación de Papel, su primer y autogestionado primer libro de cuentos, pasé a considerarlo defnitivamente valioso.

18 de abril de 2006

Literatura


(Publicado en el número debut -marzo/abril de 2006- de Los asesinos tímidos, revista de crítica y opinión literaria)

LITERATURA Y OTROS CUENTOS,
de MARTIN REJTMAN

Interzona, 2005

Por Ignacio Molina


El protagonista del cuento que da título al libro es un joven escritor que, bajo la premisa de que "siempre fui de los que creyeron que a la literatura había que encontrarla en la vida y no en los libros", posee una biblioteca semi desierta. Esa escasez de referentes y de influen­cias para la elaboración de la propia obra, que para el narrador puede significar un conflicto ante su entorno (teme que "piensen en mí como un escritor pobre, menor, mediocre, como un escritor a medias"), para su autor podría representar poco menos que una marca personal. Tal vez sea esa aparente falta de diálogo con cual­quier tradición de la literatura argentina lo que convierte a Martín Rejtman en un autor único, dueño de un universo personal e inimi­table.

En "Alplax”, el primero de los cuatro relatos de Literatura y otros cuentos, una tercera persona narra con distancia y ascetismo el deve­nir cotidiano de un grupo de jóvenes. Si bien las marcas estilísticas del libro se vislumbran a lo largo del texto, donde muchas veces pas­tillas, cachorros y hámsters adquieren una importancia similar a la de los protagonistas, "Alplax" resulta, por su inconsistencia y por el uso de términos anacrónicos como "vaqueros" y "discoteca" –invero­símiles en boca de post adolescentes de los 2000–, el punto menos alto del volumen.

Al comienzo del segundo relato, "Mi yeso", dos nenas llaman a su padre desde Villa Gesell y le presentan un problema: están solas en el locutorio y no saben cómo harán para pagar la llamada. El padre, sin haberles dado una solución definitiva, olvida el hecho hasta la mañana siguiente, cuando una de ellas vuelve a llamarlo para con­tarle que ya están con su mamá y que, si bien no las dejó ir hasta que no se saldara la deuda, la mujer del locutorio las había tratado bien y hasta las había invitado a cenar a su casa.

Aunque no hay indicios de que la relación entre las chicas y la mujer prospere, es de esa manera, azarosa y absurda (absurda si se calcula que el precio de la llamada puede ser inferior al costo de la posterior invitación), en que se entablan la mayoría de los vínculos entre los personajes del libro. Relaciones fundadas en entredichos, sociedades comerciales formadas a partir de intercambios de mas­cotas, ex parejas que confraternizan como hermanos. Así parece con­formarse el universo rejtmaneano, un entramado en el que la familia tradicional como célula de la sociedad brilla por su ausencia.

El protagonista de "Literatura", el tercer y ya mencionado relato, vive en la misma casa de Ramos Mejía en que vivió hasta sus diez años, cuando, luego del divorcio de sus padres y la venta de la pro­piedad, se mudara a Córdoba con su madre. Tiempo más tarde, la mujer, de vuelta en el Gran Buenos Aires, se enteró de que la casa estaba en venta y convenció a su segundo marido de comprarla. Aunque nunca se lo plantearon, desde entonces existió, entre madre e hijo, el acuerdo tácito de no mencionar nada con respecto a la his­toria familiar entre esas paredes.

Esta anécdota, que podría conformar el núcleo central del cuento –y que contada en otro tono y en otro contexto resultaría poco menos que fantástica–, es una más de las que componen esta suerte de dia­rio donde el protagonista narra, entre otras cosas y como al pasar, sus inicios en la literatura, la relación con su novia y el reencuentro con su padre.

En "Ornella", el último relato, una tercera persona da cuenta de las aventuras por las que atraviesa un grupo de gente cercana a los cua­renta años luego de proponerse instalar un novedoso negocio en Buenos Aires. Este resulta el texto más largo del libro y, por su com­plejidad, su trama colmada de acciones y su tono claramente alejado de la abulia, se diferencia del registro minimalista y epidérmico de los tres anteriores.

Al igual que a toda su obra cuentística y cinematográfica, Rejtman envuelve a Literatura y otros cuentos en una atmósfera extraña, donde la elipsis parecería ser el recurso natural para esconder, detrás de un tono general de comedia, pequeñas tensiones dramáticas que nunca llegan a desatarse. Todos los relatos están atravesados por un humor claro, a veces explícito y otras casi imperceptible, al punto de que es probable que el lector se pregunte si es lógico esbo­zar una sonrisa ante determinada situación.

La singular propuesta narrativa de Rejtman no persigue el esclare­cimiento de conflictos pre establecidos, sino que, al igual que lo hacen las hijas del protagonista de "Mi yeso" al llamar a su padre desde un locutorio en Villa Gesell, plantea en su génesis la aparición de problemáticas y, al mismo tiempo, la errante búsqueda de in­ciertas soluciones.

17 de abril de 2006

Notas sueltas

Compro un kilo de cuadrada cortada para milanesas. Hago la mezcla de huevos, sal, curcuma, ají molido, y, a falta de martillo, las aplasto con un puño. Les pego hasta que se expanden hacia los costados y se les ahdiere el pan rallado.
Más tarde, cuando frío algunas y las pruebo, me da la impresión de que no tienen mucho sabor. Se nota la falta de pimienta y perejil.
"Están un poco sosas", estoy a punto de decir, pero, como no sé cómo se escribe "sosas", y como casi siempre que digo una palabra tengo que imáginarmela escrita, opto por quedarme callado.

*

A las tres y media, sentado en el cordón de una vereda de Almagro, la espalda apoyada contra una parada del 64, empiezo a leer Vértice, la novela de Gustavo Ferreyra que me prestó Levín en su casa. En la mía busco un suplemento cultural del domingo pasado y subrayo la respuesta de Ferreyra a la pregunta "a qué hora del día escribe":
–Cuando puedo, de mañana; si no, a la tarde. Lo antes posible en realidad, como para saciar el hambre de justificar mi día

*

Nada peor debe haber para un futbolista que malograr el triunfo de su equipo con un gol en contra a los cuarenta y nueve minutos del segundo tiempo. No quisiera estar en la piel de Villavicencio en este momento, me digo, y para atenuar mi propia amargura pienso en dramas pasionales.

*

La casa de mi hermana es un congelador; hace más frío adentro que afuera. Mientras comemos la rosca de Pascua, alguien intenta encender la estufa y el bebé vuelca de una taza el agua caliente que, por pocos centímetros, no moja la camisa de su bisabuela.
–El calor no vuelve más –digo yo, jugando con el envoltorio de un huevo de chocolate que no pude comer–. A partir de mañana, abrís el diario y empezás a leer sobre los muertos por escapes de monóxido de carbono y las estufas mal instaladas.

*

Salimos temprano para evitar el tráfico de la autopista, pero igual, antes del segundo peaje, tenemos que aguantar dos kilómetros de cola. Mientras avanzamos muy lento, veo las partes traseras de los coches de adelante. En una 4x4 hay una calcomanía del Che Guevara, y en un auto último modelo hay una chapa ovalada con un escudo argentino en el centro y las letras R y A los costados: la chapa identificatoria de alfonsinistas en la campana presidencial del 83.

11 de abril de 2006

Un galope lejano

En el campo, cuando paría alguna de las perras, uno de los peones mataba a la mitad de los cachorros con golpes en la cabeza.
–Tac, les daba un golpe seco con la empuñadura del rebenque, y después los tiraba al pozo ciego –contó J mientras comíamos en su casa, y el resto de la mesa se mostró horrorizado.

*

Para llegar al campo de mis primos desde el pueblo en que veraneábamos había que hacer ocho kilómetros por un camino de tierra. Para mí, la mejor parte del viaje era cuando teníamos que cruzar el arroyo: a medida que nos acercábamos, se agrandaban mis ganas de que estuviera crecido y de que no pudiéramos pasar. Imaginaba que yo tendría que meterme en el agua hasta la cintura para empujar el auto, y que cuando llegáramos a la casa y vieran mis pantalones mojados y sucios todos me felicitarían por mi trabajo.

Una mañana, después de una noche lluviosa, parte de mis deseos se cumplieron. Entre el barro y el agua, el auto de mi abuelo se quedó empantanado. No pudimos avisarle a nadie, y recién una hora después el capataz de un campo vecino pasó por ahí y nos ofreció ayuda: ató una soga al guardabarros del coche y lo remolcó con su caballo.

Otra mañana, no muy lejos del casco y con el yute de las alpargatas mojado por el rocío, descubrimos un círculo de yuyos quemados. Tenía unos diez metros de diámetro y estaba perfectamente delimitado. Por lo que supe años después, en ese lugar nunca volvió a crecer ningún tipo de plantación.

Una tarde de ese mismo verano, mientras andaba a caballo con el peón asesino de cachorros, nos pareció ver un bulto extraño cerca de un alambrado. Yo iba en la parte de atrás de la montura, y desde ahí intentaba aprender a manejar las riendas. Cuando llegamos a dos metros del bulto él me pidió que bajara. Al principio pensé que era una ilusión óptica producida por el sol, pero no: lo que había entre los yuyales era la cabeza de una vaca.

El peón, sin hacer demasiados comentarios, sacó una bolsa de sus bombachas, guardó la cabeza y ató las manijas de nylon a un costado de la montura. Mientras volvíamos en silencio al establo, yo no podía dejar de relacionar ese hallazgo con el del círculo dejado por el objeto extraterrestre. Y esa noche, de vuelta en el pueblo, me puse a llorar sin sonido contra la almohada: en la oscuridad de la pieza me parecía oír el rumor de un trote lejano, y continuaba sintiendo en un tobillo el rítmico golpeteo de la cabeza ensangrentada.

*

–No sé por qué lo hacía, pero yo alguna vez también tuve que matar un par de perritos –confesó J el miércoles pasado, pero, presionado por los gestos y los retos de los demás, tuvo que desdecirse enseguida: –No, mentira, estoy jodiendo: una vez él me pasó un rebenque dado vuelta después de un parto, pero al toque yo me subí al Azabache y empecé a galopar.

6 de abril de 2006

Nuevo diseño

El departamento de diseño de Entropía ensaya variantes para la cubierta del libro más esperado de la nueva literatura argentina, y anuncia:

"
Seis meses más y lo tenemos, Molina"

5 de abril de 2006

Micro


(Foto, en desorden: Martín, Funes, Pedro, Guadalupe, Juan Diego, Ignacio, Santiago, Elsa, Inés, Rodolfo. Sacada por Sol. Gentileza del archivo personal de Pedro)

3 de abril de 2006